20/4/17

ATROPELLO


Tomada de la red.

                
«Todo tuyo, el paquete», dice, y sale dando un portazo. La nueva se agacha. Un globo enorme con olor a menta explota cerca de mi nariz. Me pasa la mano por la cara. Tiene la piel suave. Se aleja con un taconeo gracioso, como de cojera. Regresa. Me desnuda. Escurre la esponja. Chorrea el agua sobre la palangana. Levanta un brazo, lo recorre con la esponja. Lo seca con la toalla. Lo deja caer sobre la cama. Coge el otro. Lo sube, lo lava, lo seca. Es agradable.  Explota otro globo. Ahora sobre mi pecho. Se pega el chicle. Tira. Me hace cosquillas. Sujeta una pierna bajo la rodilla. Pasa la esponja. Seca, suave. Me adormece. Ha terminado. Se va. Cuento los pasos para entretener la espera. Vuelve. Me incorpora. Le cuesta meter mis brazos por las mangas del pijama. Aguarda, y te ayudo, quiero decirle. Lo consigue, al fin. Huele a agua salada. Noto el calor de su pecho, su respiración rápida. Ya no mastica chicle. Coge fuerzas. Le toca al pantalón. Una pierna. Se detiene. Roza su pelo mi tripa. Tiene melena. Luego otra. Acabó. Se levanta. ¿Me mira? Me mira. ¿Llora? No, sólo un suspiro. Me peina. La oigo agitar un frasco. ¡Cómo odio la colonia de bebé! Me rocía con un olor diferente, a limón. ¡Gracias! Pero no me oye. Coloca el embozo. Alisa la colcha. Va hacia los pies. Se detiene. Coge aire, lo suelta despacio. Da por concluido el trabajo. Ahora pondrá la televisión y tendré que escuchar la telenovela toda la tarde. Tarda en encenderla. La oigo rebuscar en un bolso. Su bolso, claro. Saca algo. Se sienta. Crujen las hojas. ¡Un libro! Comienza a leer: «Me ha sido imposible rehusar las repetidas instancias que el caballero Trelawney, el doctor Livesey y otros muchos señores me han hecho para que escribiese la historia circunstanciada y completa de la ISLA DEL TESORO».
    El tiempo corre. Oigo la llave en la cerradura. Mamá se disculpa por la tardanza. Ha pasado por Correos a recoger un paquete, dice. Muy frágil, susurra. Y escucho el roce del papel sobre la mesita. Ahora se vuelve hacia mí y me habla. La abuela te manda una cosa muy especial, cariño. Me besa. Se aleja. Escucho la cinta de embalar cuando la despega, el papel rasgado. Regresa a la cama con la cajita. Una bailarina girando sobre la punta de un pie mientras dure la música. Muy bonita, dice ella y mamá le cuenta lo mucho que me gustaba darle cuerda y subirme al doblado para que mis primos no me la quitaran. Ella se llama Violeta. Lo ha dicho mamá. Es tarde, dice de repente. Oigo su taconeo hasta mi cama. Se inclina y estampa un beso en mi cara. Soy un paquete con el sello de frágil. Ahora lo sé. También sé que ella volverá y que algún día despertaré de este duermevela.

2 comentarios:

Salvador León menguiano dijo...

Una historia muy tierna con una gran tragedia de fondo.
Enhorabuena Lola, tan genial como siempre.

Lola Sanabria dijo...

Mil gracias, Salvador.