5/11/17

AIREAR UN SECRETO

Tomada de la red.


Nada de aquello habría ocurrido si al huracán Pitufo no hubiera entrado en aquel cementerio. Mariavi, en el DNI María Vicenta, quiso llevarse el secreto de su juventud a la tumba. Y lo consiguió durante unos años. El Pitufo debió conformarse con tirar algunos alcornoques y seguir su camino de paso por México hasta morir en el mar. En lugar de eso, sacó la puerta de los goznes que chirriaron de espanto, zarandeó y provocó los lamentos de cipreses arrancados de cuajo, se metió por los caminos levantando lápidas y tierra en remolinos que dejaron al descubierto las tablas podridas de los ataúdes más viejos. La serpiente intentó escapar por una galería hasta su cubículo al lado de la calavera del compadre Antón donde también se refugiaba un puñado de gusanos. A todos sacó el Pitufo de las entrañas de la tierra. Voló tejas y sopló nichos derribando cajas y bolsas de plástico con huesos de difuntos antiguos. El cementerio quedó sembrado de esqueletos enjoyados, con mandíbulas atadas con un pañuelo, vestidos con traje, en pijama, envueltos en sábanas, con y sin harapos, amarillos, blancos, cenicientos. Un desparrame de muertos. Cuando todo se calmó, vinieron los vivos para certificar el sacrilegio del Pitufo, y entonces fue cuando descubrieron el secreto de Mariavi. Dos costillas flotantes de menos y entre las que quedaban, dos prótesis de silicona que aún temblaban del susto, unos hilos de oro debajo de las fosas nasales y unas fundas protegiendo cada diente.

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